No sé su nombre. Sé que no escucha ni puede hablar. Camina todo el día, de arriba abajo por el barrio de Pugnado Adentro, aquí en Vega Baja, Puerto Rico. Nos hicimos amigos a fuerza de compartirle un par de cervezas cada vez que pasaba, y eso me permitió pedirle que me mostrara lo que leía tan intensamente aún caminando. Lo lee o lo mira o lo analiza todo el día: es un estuche de CD donde en una cartulina alguien le escribió a doble columna una serie de códigos. 2:6, 9:45, 6:10. 8-1... marzo, julio, enero, septiembre... El amigo no se despega esa lectura, aún cruzando la calle. Desde hace unos meses imita el primer gesto que le di para despedirme de él luego de darle una cerveza: se pone la mano en el sitio del corazón. Hoy hizo lo mismo después de tomarle la foto, sesión a la que fue sin chistar. Estos días, cada vez que ha pasado ha dado uno de sus gritos guturales en señal de saludo. He salido a verlo. Él, junto a Víctor el gallero irredento, son los los únicos caminantes que pasan estos días de Covid-19.
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