El acecho









Entre los peores monstruos

se cuentan los autos.

Son capaces de tragarse un dinosaurio mientras sueña.

Insaciables

atraviesan San Juan

dejando un rastro de autopistas sangrantes.

 

He dado testimonio del que viene

a ochenta millas por hora con el carburador reventado.

 

Ese día

en ningún lado se encontrará bencina

y medio mundo regresará a casa en una marcha silenciosa.

 

Los peores son los autos, lo grito

mientras destapo el octanaje de mi cerveza.

Sólo ellos saben

que la ciudad es una estela,

la franja hecha pedazos de una bandera,

la piel extendida o la santa sindone de la isla.

Las casas, los parques,

las palomas aplastadas,

cada plumaje marcado en ella

a una velocidad de vértigo y con el olor irresistible

de las fricciones quemadas.

F.E. 

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